sábado, 16 de abril de 2016

Siéntate

No sabía qué hacer, estaba completamente en blanco. Tenía la mirada perdida, las piernas temblorosas, frágiles, cansadas y era capaz de percibir el inminente e inevitable desplome que iba a hacerme caer al suelo en breves segundos.
Llevaba un día de locos; bueno, una semana más bien. Por fin había conseguido comprar el coqueto apartamento que había logrado hechizarme por completo desde el primer momento que lo vi, pero la mudanza junto con el trabajo y algún que otro quehacer estaban consumiendo mis fuerzas.

Ocurrió deprisa, fue todo demasiado rápido para poder recordarlo con nitidez. Multitud, luces, un brillo cegador y un incesante murmullo. El tiempo se paró por completo y con él mi consciencia.
Vestía mi blusa preferida. La combiné con la falda vaporosa de topos que me regaló Sofía en nuestro último encuentro y me pinté los labios de un rojo intenso, de idéntica tonalidad a la de los zapatos de charol. Una tarde de respiro requería, sin duda, un "look" a juego.

Unos ojos negros me miraban fijamente. Fueron lo único que alcancé a ver antes de recuperar la consciencia por completo. Poco a poco la imagen fue cobrando sentido: una señora mayor, con el pelo de un color blanco impoluto, brillante y encandilador fue la única persona que se acercó a socorrerme. Algo un tanto sorprendente teniendo en cuenta que todo sucedió en un centro comercial.

Como no podía ser de otro modo, la invité a una buena taza de chocolate caliente en el bar que hacía esquina a modo de agradecimiento. Me enseñó las fotos de sus nietos, de sus hijos y de casi toda su familia. Me contó que le dolían los huesos, aunque no parecía importarle en absoluto puesto que, tal y como dijo, reflejaba sus vivencias, sus locuras, su vida.
Aquella dulce señora, Aurora, me enterneció con su simpleza, con su admirable positivismo y con su serenidad. Asimismo, logró desconectarme, por competo, de mis días caóticos y del estrés. Ya ni siquiera recordaba el reciente desmayo.

Al despedirnos, me dio un fuerte abrazo e intercambiamos los números de teléfono.

 

Esta mañana he ido a su casa, al igual que cada domingo. Pasamos juntas las horas, charlamos, me cuenta sus historias y anhelos junto a ese precioso ventanal que enmarca su jardín. Yo le leo libros, le leo historias.

martes, 12 de abril de 2016

Venvete

Párate a pensar. Siéntate a sentir y prepárate para un seguro derretir.

Derrítete sintiendo y prepárate pensando.

Juegos de palabras y letras entrelazadas. Gorgoritos agitados.

Me encanta lo indefinido, lo inesperado. Me gustan las contradicciones y las incoherencias. Me pierden los puntos suspensivos, los interrogantes y las dudas. Me maravilla lo perdido, lo ambiguamente indefinido.

¿La razón?

Las emociones, los sueños, las distintas personalidades y todas nuestras bellas diferencias. Es increíble que viendo una simple frase llegues a imaginarte cómo sería todo si vivieses en Australia, en una casa de madera azul, rodeado de naturaleza y de esas olas que vienen y van y van y van y vienen. Me gusta que sueñes con que algún día te reirás tan fuerte, que harás que toda la gente de algún autobús se olvide de sus problemas para acabar convirtiendo, juntos, el trayecto en un estrambótico concierto repleto de entusiasmo y ausente de cualquier tipo de monotonía.
Te veo en un vagón de tren de esos antiguos, embalado en siete toneladas de madera desgastada, disimulando tu sonrisa incontenible, descalzo, ansioso por llegar a alguna parte para poder perderte en el horizonte de la nada. Allí, dándote el gusto de regocijarte mientras disfrutas de la felicidad como nunca antes lo habías hecho.

Busca alguna palabra bonita, de las que transmiten música por sí mismas e imagínatela sumergida en miles de distintos contextos. Piensa y relájate soñando, date ese placer. Si quieres ponte nervioso, eso ya depende de ti, pero no dejes de imaginarte un arsenal de pozos sin fondo colmados de metas, de recuerdos y de vida.
Vive mucho, pero sueña más. Descubre cuál es tu significado de lo indeterminado y de las dudas, adéntrate en él y embadúrnate hasta las trancas todo lo que te apetezca y más, no hay límites.

¿Te lo imaginas?


Yo sé que sí. Si quieres, puedes perderte conmigo hasta que nos encontremos o puedes encontrarte hasta perderte para terminar buscándome mientras me sigues.

viernes, 1 de abril de 2016

Deliciosamente especiado

Hay olores que remueven emociones, esencias que tienen la capacidad de convertirnos en viajeros del espacio-tiempo, ya sea devolviéndonos al pasado o enviándonos a cualquier insólito lugar. Nos hacen remover sentimientos y esbozar sonrisas, dar achuchones a los recuerdos o, en algunos casos, colmarnos los ojos de lágrimas.

Tenemos que reconocer que hay olores que se han ganado por sí mismos el honor de ocupar un hueco permanente en nuestros dinámicos corazones. Cada vez que los percibimos, volvemos a vivir esas memorias dulces o amargas, nítidas o turbias que guardamos con cariño (o no) en algún cajón remoto y desordenado de nuestra mente.
Recuerdo las tardes en la cocina con mi madre. Vivíamos en un pequeño piso de Barcelona y, por aquel entonces, vivía feliz en mi ignorancia respecto del mundo. Todo era simple, apasionante e inocente. De hecho, juraría que todavía se me resistía el indomable arte de atar los cordones de los zapatos de un modo mañoso.
El ritmo ochentero sonaba a todo volumen a través de aquella radio de un tamaño más que considerable. El esqueleto no encontraba el momento de dejar de bailotear al ritmo de nuestras pallasadas y recuerdo que removíamos aquella mezcla espesa y contundente con un arte inigualable.

Canela. Canela era el aroma que inundaba la cocina, el mismo que nos trastocaba el paladar con cada mordisco del que acabaría siendo el bizcocho más bueno y esponjoso del mundo. Canela es visualizar el inmenso jarrón de flores que decoraba la cocina. Es ver los platos de porcelana y las sillas de madera.

Una especia que me enternece, que es capaz de conmoverme y de hacerme suspirar pensando en tiempos pasados. Me transporta a mi hogar, esté donde esté, hace que me entren unas espontáneas ganas de achuchar el aire que me envuelve y, ella solita, vuelve a calzarme los pies con los irresistibles zapatos de velcro que una vez utilicé.

Una interminable llamada al pasado, un combinado de musicalidad, risas y amor.



Felicidad.