jueves, 28 de enero de 2016

Imperfectamente tú

Si algo hubiese podido definirte en aquel momento, ese algo hubiese sido tu indomable determinación, tu inquebrantable seguridad y esa aureola firme y serena que te envolvía.
Estás justo delante de tu mesa de trabajo. Todo está en orden, todo está bajo control; justo a tu derecha tienes la caja de herramientas, esa que te costó tan cara y que sabes que tiene hasta el último y más impensable utensilio que podrías necesitar en caso de una hipotética urgencia. Detrás, a una distancia estratégicamente calculada, has decidido instalar cinco cuencos llenos de pintura de colores dispares y un pegamento que promete ser infalible. Tienes pinceles de todos los tamaños y estilos posibles, más tablones de madera de los que necesitas y, en definitiva, todo lo absoluta y humanamente posible para construir esa caja perfecta y estilosa que viste el día anterior en el programa "Bricomanía", uno te tus preferidos.
Un tablón por aquí, un clavo por allí...; todo encaja, todo es fácil y resulta resultón (viva la redundancia).
¡Ajá! Esto ya casi está; una mano de pintura y cuando se seque una capa de barniz para darle ese brillo que, te imaginas, hará ponerse gafas de sol a más de uno. 
Ya la puedes ver. La caja quedará perfecta en la estantería del centro del salón, esa que está justo al lado de la chimenea. Un buen lugar; céntrico y visible, para que todos puedan admirar tu obra de arte y felicitarte mientras tú te haces el modesto diciendo que lo hiciste todo en un momento y de manera improvisada.
Todo eso esta muy bien, pero no nos engañemos. La verdad es que mientras construías la caja, llevabas un delantal con un extravagante estampado frutal y de colores chillones que te había dejado la vecina; esa que se va a dormir cada noche acompañada del sonido de su radio, a todo volumen, capaz de atravesar paredes y acabar en tus oídos. 
Me acuerdo de que cada dos minutos tenías que parar tu laborioso trabajo para secarte ese persistente moquillo que asomaba por tu nariz y, también, de que se te escapó alguna que otra bien disimulada lagrimilla cuando te diste con el martillo en el dedo mientras sostenías un clavo. 
No se me olvidará cómo cantabas mientras deslizabas, torpemente, todos esos pinceles que ni tú sabías para qué servían por toda la superficie de la caja, pero mucho menos podré olvidar lo gracioso que te veías, concentrado y convencido de que todo te estaba saliendo perfecto.

Llámame rara, pero la verdad es que mientras tú estabas preocupado por dar esa imagen de hombretón, de manitas y de constructor, yo era feliz viendo como te sonabas la nariz con ese arte que sólo tú tienes. Me encantaba verte concentrado, con ese delantal tan gracioso y me moría de risa escuchando todos los gorgoritos guasones y profundamente desafinados que salían por tu boca, al ritmo de cada nueva pincelada. Y es que, aunque te choque, yo te prefiero así.



 Perfectamente gracioso, imperfectamente tú.

2 comentarios:

  1. Parece como si hubieras roto con algún novio o pareja...

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    1. Simplemente son reflexiones nocturnas :P ¡Gracias por visitar el blog!

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