martes, 2 de febrero de 2016

Cierra los ojos

Es de noche. Las luces están apagadas.
La música suena a través de los auriculares a un volumen alto, ideal para hacerte olvidar el mundo entero.
No tienes nada que hacer; no existen ni el estrés ni las prisas. Tu única labor es cerrar los ojos.
Sientes la música. Eres capaz de apreciar cada nota, cada cambio de ritmo. Toda tu atención se centra, solamente, en esos auriculares.
La piel se eriza, a momentos. Prestas atención a las palabras, a las letras y eres capaz de comprender el significado de todas las frases, como nunca antes lo habías hecho. Te encanta.
Durante unos instantes te enamoras de la canción; la melodía te inunda por completo.
Estás en una nube en mitad del paraíso. Nada puede salir mal, pero todo puede salir bien. Tal vez no haga falta que salga de manera alguna; no importa.

¿Sientes esa paz?


A momentos reflexionas. Puedes cambiar todo aquello que está en tus manos, piensas, y nada parece imposible. Sueñas con todo o, tal vez, con nada. No lo sabes, pero no te preocupa; da igual.
Quieres que se pare el tiempo. No te apetece dormir ni despertar, únicamente estar así eternamente, seguir perdiéndote en la nada para siempre. De hecho, estás en un instante tan sereno y plácido que no sabrías cómo acabar de describirlo.
Si pudieras definir la felicidad, la sensación que experimentas, sin duda alguna, sería un buen ejemplo para ello. No cambiarías absolutamente nada de ese eterno instante, sino que lo grabarías muchas veces, con el nombre cambiado, en tu reproductor de música y lo reproducirías en modo sin fin, aleatoriamente.

Allí queda guardado, pero lo más importante es que ha quedado inmortalizado en tu mente, para siempre. Te reconforta el hecho de pensar que tienes un trocito de felicidad almacenado, esperando a ser reproducido de nuevo cuando te apetezca o, quizá, cuando lo necesites.

Ahora, duermes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario