lunes, 8 de febrero de 2016

Tiempo de calidad

Un grupo de jóvenes merendando, esos éramos nosotros.

En la mesa: un suculento muffin de chocolate, un café espumoso perfumando el ambiente, un apetitoso croissant de chocolate, muy tostado, además de un yogur con mermelada de fresa y muchos cereales.
En las sillas: cuatro culetes cómodamente aposentados y despreocupados, felices de estar allí juntos.

Les hacía preguntas; quería que me ayudaran a encontrar temas interesantes que pudieran atraer e interesar tanto a chicas como a chicos. Quería opiniones y críticas, quejas y cumplidos. 
Allí estábamos, en lo que parecía ser una entrevista de trabajo grupal; todos ellos respondiendo a las preguntas que les hacía, metidos en el papel, profundamente concentrados, argumentando todas las respuestas y discutiéndolas entre ellos. Los minutos volaban.

Yo, los miraba. La verdad es que no dejaba de contemplarlos, ni por un segundo, pero no del modo en que puede parecer obvio. A momentos los escuchaba, es cierto, pero durante otros instantes dejaba de prestar atención a lo que decían sus palabras para observar sus gestos, las expresiones que se dibujaban en sus caras, esas distintas formas de hablar, de reír, de hacer tonterías, de refunfuñar y, en definitiva, de ser ellos mismos.
Los miraba, sí, pero lo más relevante era que los veía, a todos ellos. Veía ese infinito encanto que desprendían y lo realmente chistosos que estaban respondiendo a esas preguntas tan raras que les planteaba; improvisadas pero contundentes y difíciles de argüir a la ligera. De hecho, reconozco que algunas de esas cuestiones no las hice para obtener respuesta alguna, sino para seguir mirando cómo debatían y poder continuar quedándome embelesada por ese aura tan bella que desprendían. Me encantaba la sensación de poder transportarme a un cine mudo sin que ellos lo supiesen ¿no suena fantástico?


De tanto en tanto, anotaba todo aquello que me respondían, pero la mayoría de los trazos que dibujaba mi bolígrafo no reproducían sus palabras, sino a ellos mismos pronunciándolas.
Resulta curioso cómo, mientras ellos pensaban sobre qué asuntos querían leer, yo ya tenía claro sobre qué quería escribir, ya que sin previo aviso, unas palabras acudieron a mi mente en algún tris de esa merienda: tiempo de calidad.
Tiempo de calidad era, sin duda, aquella tarde con ellos. Aquella improvisada velada antes de irnos a casa tras haber pasado un intenso día juntos. No queríamos despedirnos; se estaba tan a gusto, tan en paz, que nuestros cuatro culetes cómodamente aposentados se hubieran quedado allí, indefinidamente.



6 comentarios:

  1. Has conseguido que me vaya a dormir con una sonrisa! :))

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    1. Y a mí me has hecho sonreír al leer este comentario. ¡Guapa!

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  2. Ha sido una pasada, por muchas más charlas así con vosotros. Tiempo de calidad, mejor definido imposible.

    Pd. Arribaras lluny Ana, estic segura.

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  3. Dicen por ahí que hay personas que inspiran. ¡Gracias (guapota)!

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  4. La vida nos da momentos para inspirados y dejarlo plasmado en palabras y compartirlas... Muy lindo... besitos

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